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Antonio Muscardi tenía razón


[Un juego donde la marca profesional se transforma en explainerman y eclipsa la marca personal]

 

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Es frecuente navegar por redes sociales y encontrarse con periodistas, presentadores, actores o médicos —es decir, profesionales— convertidos en explainerman, opinando sobre cualquier suceso desde lo banal con aires de grandeza omnipresente, como si brindaran un veredicto de juicio por jurado.

 

Un explainerman es, básicamente, una persona que explica o desglosa un acontecimiento, producto o servicio de manera breve y comprensible, con un enfoque divulgativo que pretende facilitar la comprensión de la trama o del problema [1].

 

Ahora bien, cuando incorporamos el concepto de marca profesional, nos referimos a ese prestigio acumulado por años de trayectoria, validado por los pares y forjado desde el hacer —ya sea cultural, actoral, científico, literario o empresarial— que confiere autoridad dentro de un campo.

 

Pero cuando pasamos al terreno de la marca personal, los pormenores se convierten en pormayores. En esta zona difusa, lo personal y lo profesional parecen solaparse. Y es ahí donde se abre una grieta: la marca profesional está anclada en lo tangible; la personal, en cambio, se construye con huellas intangibles que permanecen en la memoria de los demás. Se conforma a través de una combinación única de lo innato, lo socialmente forjado y lo que se sigue forjando por las dinámicas culturales del presente.

 

Quien no distingue esta tensión, cae en la trampa del explainerman: reduce su autoridad profesional al acontecimiento del momento, despojándolo de complejidad, lo simplifica al extremo, y en ese acto, transfiere valor desde su marca profesional al suceso mismo.

 

Así, opiniones, productos, servicios y posicionamientos se diluyen… hasta que aparece una voz que cuestiona la torre de cristal y, con apenas un gesto, todo se desmorona.

 

Esto es lo que ocurre hoy en muchos ámbitos políticos: el mensaje no proviene de quien ostenta una marca profesional política sólida, sino de figuras públicas cuya autoridad pertenece a otro terreno. Con el disfraz de explainerman, lanzan mensajes emotivos, simplistas y contradictorios que solo generan agendas de temas infértiles para la sociedad.

 

Y al día siguiente, ese profesional que puso su marca al servicio del comentario banal enfrenta una pérdida: su reputación profesional cotiza a la baja. Peor aún, su marca personal —por esa zona compartida entre lo íntimo y lo profesional— se ve afectada, quedando expuesta. Y ya no hay mucho que hacer… salvo cerrarse, para que los más cercanos no paguen el precio de una exposición equivocada.

 

Un claro ejemplo son los actores que, por un instante de vanidad, anteponen un mensaje confuso o banal que eclipsa su carrera intachable. Y entonces, lo que brilla no es el legado actoral, sino el eco errático del explainerman.

 

Y al final, Antonio Muscardi —ese personaje entrañable de Esperando la carroza (A. Doria, 1985)— tenía razón:

 

“¡Qué miseria, che, qué miseria! ¿Sabés lo que tenían para comer? ¡Tres empanadas! Tres empanadas que le sobraron de ayer para dos personas. Dios mío, qué poco se puede hacer por la gente.”

 

No más, Señor Juez.

 

Por Victor Olivares

 

[1] Un “explainer” es una persona, medio o formato comunicativo diseñado para explicar ideas, conceptos o fenómenos complejos de manera clara, accesible y comprensible para una audiencia general, evitando tecnicismos o jerga especializada. En el contexto de la comunicación, un “explainer” puede ser un comunicador (como un periodista, educador o divulgador científico) o un producto comunicativo (como un artículo, video o infografía), que promueve la compresión y el interés por algo que afecta directa o indirectamente a la vida en sociedad. En tanto que “explainerman” se refiere a una persona que realiza esta función, podríamos definirlo como alguien especializado en desglosar y comunicar información compleja de forma sencilla, a menudo con un enfoque educativo o divulgativo.

 

 
 
 

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Victor Olivares Creado con Wix.com

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