¿Tú eres adicto al 70/30 o al 30/70?
- Victor

- 21 nov
- 3 Min. de lectura
Del por qué y para qué de esa acción, y ese eterno comenzar una y otra vez repitiendo el mismo patrón.

No es filosofía, es diagnóstico: cuando la viveza mal entendida se mezcla con la incapacidad de razonar, el resultado siempre es el mismo. Retrocesos, daños y decisiones absurdas. Una radiografía cruda del patrón que domina la política y la gestión.
Hay personas que, vaya uno a saber por qué desvarío místico, estratégico o táctico, toman decisiones que son una locura desde cualquier ángulo. No importa si lo miras desde la política, la economía o la filosofía del poder: siguen siendo decisiones absurdas. Y lo son en un sindicato, en una sociedad de fomento, en la gestión pública o privada… en cualquier lugar donde alguien tenga la posibilidad —o la tentación— de ejercer poder.
¿Por qué pasa esto? Porque ese desvarío activa una combinación peligrosa: una mezcla de hachedepe con dosis de idiotez. Y cuando esas dos cualidades coinciden en la misma persona, el resultado siempre es un riesgo para los representados y, de yapa, para la sociedad entera. Siempre. Una y otra vez. Como un patrón que se recicla sin piedad.
¡Vamos por partes para acomodarnos en la hoja de ruta!
El HacheDePe
Llamo hachedepe a esa abreviatura reconocible de “hijo de puta”. Una categoría donde la mala leche se disfraza de viveza. Lo usamos todos: en la jugada magistral decimos “¡qué hijo de puta!”, admirando cómo alguien obtiene una ventaja legal envuelta en algo de suerte. También decimos “pega de atrás, es hijo de puta”, cuando la traición marca la jugada y le damos el sentido negativo.
Pero el hachedepe que nos interesa acá es el político. Ese que no te quiere muerto: te necesita vivo para seguir jugando su partida. No te ve como enemigo, te ve como rival. Sabe que el vencido de hoy puede ser el aliado útil y funcional de mañana. Negocia. Calcula. Mide. Y aunque su ética sea dudosa, su estrategia es impecable. Ese hachedepe existe, pesa, y todos conocemos al menos uno.
El Idiota
Según la RAE, idiota es quien carece de conocimientos, inteligencia o capacidad de razonamiento. Pero en este terreno —filosófico, político y económico— el idiota toma otra forma. Y vaya que toma forma.
El idiota de esta historia no negocia. No mide. No calcula. Solo destruye. Su lógica es primitiva: “enemigo bueno es enemigo eliminado”. No necesita razones. No busca acuerdos. No entiende matices. Y cuando actúa, deja un rastro de daño que nadie logra explicar… pero que todos reconocen. Porque siempre vuelve a ocurrir. Siempre se repite. Siempre.
La mezcla 70/30
En las élites políticas o empresariales suele haber un equilibrio tácito: un 70/30 donde el hachedepe domina y la idiotez se mantiene bajo control. Una de cal y otra de arena, diría un tal Horacio. Ese ADN, en la mayoría, está proporcionalmente controlado y el sistema, aunque imperfecto, funciona.
El problema aparece cuando la proporción se invierte. Cuando el 30/70 se instala en los niveles medios e inferiores. Ahí la cosa se vuelve letal. Ahí el idiota con un pedacito de hachedepe hace estragos: ejecuta sin pensar, destruye sin medir y justifica su accionar con una lógica tan simple como peligrosa.
Y el patrón se repite: en una sociedad de fomento, en una empresa, en un país… siempre la misma adicción al 30/70. Siempre el mismo retroceso disfrazado de avance.
La pregunta final
¿Llegará el momento en que el ser humano deje de ser adicto al aperitivo 70/30 o 30/70 y actúe —de una vez por todas— como el estadista que, por naturaleza milenaria, podría ser?¿O seguiremos repitiendo, una y otra vez, el mismo patrón que ya conocemos de memoria?
La respuesta, como siempre, está en quién mezcla el trago y… ¡shampoo!



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