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Cuando se castiga a todos por uno, se construye en barro

"La autoridad que oprime a todos por la falta de uno, revela la fragilidad del líder más que la culpa del culpable."


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Ocultarse en el anonimato de un grupo para cometer fechorías es un acto de cobardía. Todos lo hemos visto: alguien que se ampara en la multitud para no asumir responsabilidades, confiando en que el colectivo pagará por su miedo o su falta de ética y moral. Hasta aquí, en más de una ocasión lo hemos vivido u observado, ya sea en un grupo de trabajo, en concentraciones deportivas, en un aula de colegio… en fin, en lugares donde se concentra un conjunto de personas que, por diferentes razones, convergen en él, amparados en los brazos del “líder de grupo” (capataz, capitán, maestro, etc.).

 

Pero lo que sorprende, y a veces indigna, es ver al líder que, incapaz de diferenciar al cobarde del resto, decide castigar al grupo entero por el “error de uno”. En ese preciso instante, el líder deja de ser tal; pierde toda autoridad legítima (aunque cuente con la legalidad) y nace la injusticia. Lo que queda es un manto de traición y cobardía sobre quienes confiaron en él.

 

El liderazgo auténtico no se mide por la capacidad de imponer miedo ni de distribuir sanciones al voleo. Se mide por la capacidad de discernir, por proteger la integridad del colectivo y, sobre todo, por asumir riesgos y responsabilidades cuando toca.

 

Cuando un líder descarga sobre todos la cobardía de uno, no solo castiga a inocentes —que eso sería el mal menor—; lo que está haciendo es socavar la confianza, erosionar la cohesión del grupo y degradar su propia autoridad. La imagen del poder se mantiene, pero la identidad del liderazgo —esa que se sustenta en valores y principios— queda deshilachada, débil, fácilmente sustituible.

 

Ello trae como consecuencia un acto de triple cobardía: la primera, del individuo escondido en el grupo; la segunda, del líder que se protege a sí mismo a costa de los demás; y la tercera, la más orgánica, ruin y despiadada, cuando el líder desvía su acción disciplinaria sobre quien apostó a la verdad, revelando al cobarde y acusando de traidor, para salvar su inoperancia, su culpa, su honra y su desgracia.

 

Un líder digno no descarga la culpa ni oculta su mirada. Su autoridad se construye desde la justicia, la responsabilidad y la coherencia con sus propios valores. Castigar al grupo por la cobardía de uno no es liderazgo: es traición disfrazada de autoridad. Y eso, al final del día, deja a todos —líderes y seguidores— igual de desprotegidos frente al juego de las verdaderas decisiones.

 

Recuerda… Un líder que hiere a su gente por el error de uno, destruye con sus manos lo que su autoridad debería proteger.


Por Victor Olivares


NOTA: Este artículo fue realizado en abril/2024. Hoy 3 de noviembre de 2025, lo encontré en el archivo de la PC de abril 2024. Verifique si estaba publicado, pero vaya uno a saber por que no lo hice, pero ahora, si lo público. En contexto, este artículo es a consecuencia de una reunión con la coordinación de un colegio, donde se comunicaba que se priorizaba la sanción a todo el grupo de estudiantes (curso) pese a tener identificado al alumno que obró por fuera de las normas de conducta, éticas y morales del colegio.

 

 
 
 

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