Cuando se combate el imperio de la palabra [comunicación]
- Victor
- 27 nov 2023
- 3 Min. de lectura

Cualquier sociedad utiliza la comunicación como la herramienta principal para establecer relaciones, siendo la palabra su capital intangible de mayor valor. La palabra tiene la magia de movilizar o desmovilizar emociones, ideas y opiniones. Sin embargo, en ciertas situaciones, esa palabra pierde su "magia".
Muchos descuidan su valor, generando desconexiones entre lo que se enuncia, promete o evoca y la realidad (el acontecimiento) que le dio origen. Es decir, el acontecimiento (hecho y contextos) se desvincula, y la palabra en el proceso de comunicación pierde coherencia.
En tiempos recientes, en ciertos ámbitos, la falta de conexión (coherencia entre lo dicho y lo hecho) se ha convertido en un tema central. Observamos con frecuencia que se habla con una "distorsión deliberada de un acontecimiento", provocando zonas de manipulación de ideas y emociones con el fin de influir en la opinión pública y, por ende, en las actitudes sociales.
Este esquema crea una dimensión paralela de los acontecimientos, dando lugar a una realidad paralela. La consecuencia es una situación arriesgada para la sociedad, ya que la palabra adquiere un valor paralelo que puede significar cualquier cosa, incluso lo contrario, pero en esa "realidad paralela", todo parece normal.
No obstante, el "no pasa nada" tiene consecuencias porque condiciona oblicuamente los acontecimientos en los cuales se sustenta la comunicación. Este condicionamiento está determinado por tres fuerzas:
· La superficialidad.
· El efecto narcotizante.
· La excitación de lo estúpidamente correcto.
Esta combinación de fuerzas son los ejércitos para combatir el imperio de la palabra, ya que su táctica es proyectar procesos de comunicación vaciando el significado de la palabra como valor de cambio y transformando dichos procesos en superficiales, sin consistencia y sin profundidad. Así, los procesos desechan la función de solidez y coherencia comunicativa, prostituyendo el significado real y movilizador de la palabra, ese valor que, de acuerdo con diferentes funciones de interés y circunstancias, sigue teniendo el mismo valor (y cuando todo vale lo mismo, se pierde el valor/interés).
La superficialidad está estrechamente relacionada con el desarrollo tecnológico y el efecto de rapidez e inmediatez del dato (que no necesariamente es información) y su intercambio desmedido bajo la modalidad de posteo y reposteo rápido, simple y gratuito, sin la reflexión necesaria.
El efecto narcotizante se da porque las palabras, al ser usadas repetidamente con valores acríticos, se vuelven "populares" y conocidas por todos debido al efecto de superficialidad. Esto las convierte en cotidianas, y al darles esa cualidad, se pierde el sentido de la deliberación y cuestionamiento sobre el significado en función de intereses, circunstancias y contextos, suplantándolos por acontecimientos oblicuos.
La excitación de lo estúpidamente correcto se basa en una de las maravillosas frases popularizadas por Groucho Marx: "Estos son mis principios, pero si no les gustan, yo los cambio". Al cambiar rápidamente, por el simple efecto de lo "estúpidamente correcto", se evita enfrentar demandas de reflexión, coherencia e inteligencia, permitiendo que lo ridículo y las tonterías campeen como válidos en esa realidad paralela. En consecuencia, se pierde la lucha por nivelar la correlación entre lo que se dice y lo que se hace.
Estas tres fuerzas llevan a vaciar la palabra, el capital de la comunicación, proyectando tantos universos paralelos como sean necesarios para referirse a acontecimientos reales y crear percepciones paralelas según la conveniencia. Lentamente, esta vacancia conduce al vacío de las percepciones debido a la pérdida de confianza entre lo qué se dice y se hace. Hoy más que nunca, es necesario acudir a las fuentes de la sabiduría de las palabras para recobrar el sentido sin interpretaciones dobles o triples, porque ese capital constituyente de la comunicación es que lo volverá (como era en un principio) a generar confianza y credibilidad.
Por Victor H. Olivares
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