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LA CORRUPCIÓN POR OMISIÓN: CUANDO EL CIUDADANO HONESTO SE VUELVE PARTE DEL PROBLEMA


 

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Mucho se escribe en los medios especializados, pero mucho más se habla en cualquier rincón: en reuniones familiares, en charlas de amigos, en la fila del micro o del supermercado… en fin, donde dos o más personas se encuentran, sea por acuerdo o casualidad. El tema siempre aparece, una y otra vez, como si fuera un eco colectivo: “el político corrupto”.

 

Dos palabras que calaron hondo en mi Argentina: corrupto y político. No es de extrañar. Los medios tradicionales —y los del siglo XXI— las repiten hasta el hartazgo, cruzando nombres, supuestos, vínculos lógicos o descabellados, no importa, el objetivo es “informar”. Según quién sea informado, parecería que la corrupción invadió la política o que la política invadió la corrupción, pero, para el caso da lo mismo.

 

Ya no importa si fue primero la gallina o el huevo, porque el problema está ahí: día que pasa, político y corrupción se vuelven sinónimos.

 

Sin embargo, creo que el problema va más allá. No está sólo en esas dos palabras que se repelen y se atraen como relación “tóxica”. Está en algo más profundo, que lo expresó así:

 

El problema no es la corrupción ni la política. El problema es el ciudadano honesto.

 

Sí, el ciudadano honesto. Ese que se siente éticamente limpio, porque opina, critica o comenta lo que hacen los políticos desde la comodidad de una mesa o una red social. Ese que cree que, por “estar informado” o por emitir una opinión tajante, ya cumplió con su cuota de responsabilidad cívica. Ese ciudadano cae en la trampa de su propia honestidad: cree que saber y opinar lo exime de actuar.

 

Nada más lejos de la realidad. Esa actitud, ese autolavado de conciencia, le quita su rol más importante: el de ser un ciudadano político que se involucra en la cosa pública.

 

La corrupción no prospera solo porque haya políticos corruptos, sino porque hay ciudadanos paralizados y auto hipnotizados, por caer en datos fragmentados, titulares fáciles, análisis de café.

 

Así, sin darse cuenta, el “honesto” termina corrompiéndose a sí mismo. No roba, no miente, no defrauda… pero omite el compromiso fundamental de todo ciudadano. Y en esa omisión está su complicidad. No hay acto más corrosivo (de autosabotaje) que el de creerse consciente mientras se permanece inmóvil.

 

El político, entonces, gana. Gana porque la carga de la prueba recae en él, pero el ciudadano -que debería fiscalizar o actuar- se limita a mirar el espectáculo de los gatos en el tejado a la luz de luna. Y quien tiene el poder de manipular los hechos es justamente quien domina el juego: el político acusado, y no el ciudadano que lo observa recostado en su sofá ético de su living el espectáculo que se le brinda en directo desde el teatro de corporación política.

 

La cosa pública no cambiará mientras el ciudadano honesto siga actuando por omisión.

 

Podremos tener momentos de más o menos corrupción, de más o menos escándalo, pero la corrupción seguirá existiendo mientras la honestidad siga siendo pasiva, cumpliendo el rol de espectador hipnotizado; y nobleza obliga, ya existen ciudadanos que están creando redes (tanto físicas como digitales) de acción concreta, pero aún falta y mucho, y el único temor, es que al final de la contienda se termine en una nueva fórmula de adormecimiento ...y otra vez gritaré ‘vade retro’.

 

Porque al final de cuentas, lo que está destruyendo a mi país no es solo la corrupción por acción… sino, sobre todo, la corrupción por omisión.

 

¿Estás seguro de que tu honestidad no te está corrompiendo por dentro?

 

Por Víctor Olivares

 

Bonus Track #1

La corrupción no siempre lleva traje ni poder. A veces, viste de ciudadano ejemplar y se esconde detrás de la frase: “yo ya cumplí opinando”.

Bonus Track #2

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Victor Olivares Creado con Wix.com

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