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Susurros de Resurrección

  • Foto del escritor: Victor
    Victor
  • 10 sept 2023
  • 4 Min. de lectura



En épocas ancestrales, en una selva mágica y enigmática, habitaban los Meados, seres sabios y antiguos que custodiaban las leyendas épicas de los seres que poblaron una indomable y altiva selva de vastos paños verdes, ríos de alegría y árboles que se alzaban hasta las nubes, perdiéndose en un eterno cielo azul cargado de magia.


No obstante, esta selva escondía rincones oscuros donde moraba una raza de criaturas mutantes portadoras de los misteriosos "adeenes" que habían arrebatado a los mejores exponentes de la selva encantada, mágica y enigmática.


Con el tiempo, estas entidades sombrías, con sus fuerzas oscuras, comenzaron a conquistar territorios y voluntades, imponiendo sus deseos y ambiciones sobre la selva. Los Meados, deslumbrados por las promesas ocultas bajo un velo de maravillas, se vieron atrapados en una telaraña de ilusiones, entregando a los seres grises el poder de erigir castillos en el aire.


Todo transcurría como si fuera un ritual de una fórmula mágica. Los Meados encontraban desafíos emocionantes en su búsqueda por alcanzar los castillos en el aire, mientras navegaban por laberintos encantados repletos de oportunidades para vivir en la selva. No obstante, con el tiempo, los laberintos se multiplicaron y los castillos se volvieron inalcanzables. Se alejaban cada vez más, y la frustración se apoderaba de los habitantes, sumiéndolos en la oscuridad de la desesperación.


En medio de esta penumbra, un grupo de criaturas recordó las antiguas historias de los Meados y optó por renunciar al sueño de habitar en los castillos. En su lugar, emprendieron el camino de regreso, buscando soluciones a través de rituales secretos para enfrentar los desafíos que les esperaban: el regreso a la selva mágica, encantada y enigmática.


En esta búsqueda de conjuros y rituales secretos, un grito emergió. Al principio, era ininteligible, pero parecía resonar con los propios lamentos de aquellos que lo emitían, reflejando sus penas y desilusiones. Este enigmático grito se convirtió en un símbolo de rabia y esperanza, como si fuera un hechizo ancestral que conectara con los espíritus antiguos de los Meados.


Todo esto acontecía bajo la vigilante mirada de los cuervos mágicos, que surcaban los cielos sobre los desesperados. Los cuervos, maestros en la manipulación y el engaño, percibieron que este grito poseía un poder sin igual y rápidamente se convirtieron en sus seguidores, ocultándose como discípulos de la Voz y elevándola a la categoría de profecía. Así, los cuervos tejieron redes mágicas con sus garras traicioneras y rapaces para atraer a los desencantados. Las serpientes, al observar el éxito de los cuervos, también utilizaron sus venenos para forjar conexiones secretas y protegerse de los conjuros de los desencantados.


A medida que los desencantados avanzaban, cautivados por la Voz que expresaba con valentía lo que ellos sentían pero no se atrevían a decir, se encontraron con una desilusión: esa Voz carecía de rostro y cuerpo, era pura alma, puro éter, y nuevamente, sintieron que habían sido engañados. Los Cuervos y las Serpientes, a la velocidad del rayo, comprendieron que renunciar al poder de la Voz, a la que habían dotado de un matiz profético, era un error que no podían permitirse. Decidieron que la poderosa Voz debía manifestarse en una forma tangible, en un ser que personificara su mensaje, y así, la figura emergió con una belleza épica y una verdad irrefutable.


Sin embargo, algo salió mal; el hechizo sufrió una falla, y la caja de resonancia y amplificación de la voz profética cobró vida propia. Adquirió pensamiento y, lo que resultó aún más peligroso para los manipuladores, sentimientos. Esto representaba un riesgo inminente.


A medida que la Voz Profética crecía, su sonido se hacía más potente, y experimentó la necesidad de tener una compañera que compartiera su voz. Así, de la noche a la mañana, surgió Ella, con un rostro angelical y profundas convicciones que expresaba con valentía y seguridad.


Los días transcurrieron, y cada vez fueron más los que, alguna vez sumidos en la desesperanza, encontraron en Ella el amor perdido. El amor a los principios, valores y la Fe en que nada está realmente perdido, sino simplemente oculto, esperando a ser descubierto. Este proceso de recuperar la selva mágica, hermosa, enigmática e indomable, llevó a que Ella se autodenominara la protectora de las crías de la nueva luz.


Con su liderazgo, sin alardes ni estridencias, la selva comenzó a recobrar su belleza. Ella personificaba la autenticidad y la protección, no ofrecía promesas vacías ni conjuros efímeros. Ella era la profecía encarnada, respaldada por valores sólidos y principios inquebrantables.


Finalmente, la comunidad volvió a confiar en la voz profética, consciente de que, esta vez, estaba respaldada por Ella, la Líder que se hallaba detrás de la Voz Profética, la verdadera forjadora de la nueva selva mágica, indomable, hermosa y libre. Pero conforme el tiempo avanzaba, una revelación asombrosa comenzó a germinar en el corazón de cada habitante de la selva.


Comprendieron que la Voz no era una entidad aparte, sino el eco ancestral de la misma selva, un susurro de los árboles antiguos, el rugido de los ríos y el aleteo de las criaturas aladas. Era un llamado, un canto de la selva que resonaba en sus almas, instándolos a descubrir el líder que llevaban dentro.


A medida que esta revelación se extendía, la selva misma cobraba vida con una magia deslumbrante. Los árboles se alzaban aún más alto, los ríos fluían con una alegría renovada y las criaturas se movían con una gracia indomable. Cada habitante de la selva se convirtió en el arquitecto de su destino, en el líder de su propia vida.


En esta nueva era, no necesitaban líderes externos ni profecías. La magia estaba en sus manos, en sus decisiones, en su capacidad para asumir responsabilidades y ejercer sus derechos en armonía con la selva que los rodeaba. La selva se convertía en un reflejo de sus corazones, un lugar de belleza, libertad y autenticidad, donde cada uno era el hacedor de su propio liderazgo.


Por Victor Olivares, desde el "Corazón de Sudamérica" en un domingo 10 de septiembre de 2023-

 
 
 

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